En enero de 2001 decidimos con Fernando, mi novio, ir de vacaciones a El Bolsón. Sus tíos Néstor y Graciela siempre nos invitaban pero, por una cosa u otra, nunca íbamos. Viajamos el 16 de ese mes y después de dos ociosas jornadas en Bariloche, partimos hacia el destino elegido. Fer había visitado el lugar cuando tenía tres años. Yo no lo conocía y quedé encantada con la vegetación, la paz y la sencillez del pueblo.
Néstor trabajó como guardaparque en San Martín de los Andes durante quince años, en los que contagió el amor por el ecosistema y la vida al aire libre al resto de su familia. Su esposa Graciela es una mujer sensible, simpática y también amante de la naturaleza. En una de las charlas que tuvimos durante nuestro hospedaje me confió que El Bolsón era su lugar en el mundo, que jamás se mudaría y que no necesitaba nada más para vivir feliz. Sus hijos, Ayelén y Sebastián, estaban de vacaciones en Perú así que para la travesía patagónica éramos cuatro, más un perro labrador y un gato siamés que -para desgracia de mi gatofobia - llevaban a todos lados cual cédula de identidad. Todas las mañanas nos levantábamos temprano y sabíamos que, gracias al espíritu nómade y aventurero de los dueños de casa, aprovecharíamos el día al máximo. Pero una tarde, cansados por tanto ajetreo, decidimos quedarnos en el pueblo. Fuimos a tomar un helado a Jauja; una heladería emblemática de la zona que atrae con gustos raros y riquísimos a miles de turistas cada temporada. Después del refresco los parientes nos ofrecieron pasear por la reconocida Feria Regional en la plaza central y allí fue donde conocimos personalmente a Coquito, el famoso duende de El Bolsón. Y digo personalmente porque ya habíamos oído hablar mucho de él, de su aspecto gnomo/hombre y de su permanencia añeja en la ciudad. Era uno de las personajes más buscados por los viajeros, que recorrían varias veces la muestra hasta conseguir hablar con él ó retratarlo. Coquito acompañaba su abrigada vestimenta con una especie de gorro frigio artesanal y un fuerte bastón de madera con tres caras de duendes prolijamente talladas; según sus propias palabras éste último fue un regalo de los primeros feriantes de la villa. Pero lo que más llamaba la atención eran sus rasgos pequeños y su bajísima estatura. Como a cualquier ser extraño se lo cuestionaba, creándose conjeturas sobre él y su pasado. Muchos aseguraban que era uno de los primeros hippies de la zona y que El Bolsón fue un terreno perfecto para él y su venta de drogas desconocidas, hasta ese momento, por los bolsonenses. Otros interpretaban que se trataba de un vividor y cuentero, que engañaba a los visitantes con historias que nada tenían de ciertas y que sólo relataba a cambio de algunas monedas. Para los tíos resultaba un vecino más; le comentaron que éramos sus familiares, que veníamos de lejos y que queríamos sacarnos una foto con él, a lo que accedió de inmediato con una diminuta sonrisa.
La imagen que logró Néstor fue en pleno recorrido de la feria: Fer, Graciela, Coquito en el centro y yo. Me acuerdo que era una tarde con nubes pero agradable; el lugar olía a sahumerio en algunos sectores, a miel en otros y a porro en gran parte. Luego compramos artesanías típicas para la familia, que nos esperaba tres días más tarde en Buenos Aires, ansiosa por las anécdotas del sur y por la foto de Coquito, que prometimos obtener. Un dulce recuerdo, que guardo con más sentimentalismo desde que Ayelén me contó que Coquito desapareció hace unos años, no se sabe cómo ni la fecha exacta; sólo encontraron su elemento de apoyo tirado cerca de la cumbre del Piltriquitron.
Néstor trabajó como guardaparque en San Martín de los Andes durante quince años, en los que contagió el amor por el ecosistema y la vida al aire libre al resto de su familia. Su esposa Graciela es una mujer sensible, simpática y también amante de la naturaleza. En una de las charlas que tuvimos durante nuestro hospedaje me confió que El Bolsón era su lugar en el mundo, que jamás se mudaría y que no necesitaba nada más para vivir feliz. Sus hijos, Ayelén y Sebastián, estaban de vacaciones en Perú así que para la travesía patagónica éramos cuatro, más un perro labrador y un gato siamés que -para desgracia de mi gatofobia - llevaban a todos lados cual cédula de identidad. Todas las mañanas nos levantábamos temprano y sabíamos que, gracias al espíritu nómade y aventurero de los dueños de casa, aprovecharíamos el día al máximo. Pero una tarde, cansados por tanto ajetreo, decidimos quedarnos en el pueblo. Fuimos a tomar un helado a Jauja; una heladería emblemática de la zona que atrae con gustos raros y riquísimos a miles de turistas cada temporada. Después del refresco los parientes nos ofrecieron pasear por la reconocida Feria Regional en la plaza central y allí fue donde conocimos personalmente a Coquito, el famoso duende de El Bolsón. Y digo personalmente porque ya habíamos oído hablar mucho de él, de su aspecto gnomo/hombre y de su permanencia añeja en la ciudad. Era uno de las personajes más buscados por los viajeros, que recorrían varias veces la muestra hasta conseguir hablar con él ó retratarlo. Coquito acompañaba su abrigada vestimenta con una especie de gorro frigio artesanal y un fuerte bastón de madera con tres caras de duendes prolijamente talladas; según sus propias palabras éste último fue un regalo de los primeros feriantes de la villa. Pero lo que más llamaba la atención eran sus rasgos pequeños y su bajísima estatura. Como a cualquier ser extraño se lo cuestionaba, creándose conjeturas sobre él y su pasado. Muchos aseguraban que era uno de los primeros hippies de la zona y que El Bolsón fue un terreno perfecto para él y su venta de drogas desconocidas, hasta ese momento, por los bolsonenses. Otros interpretaban que se trataba de un vividor y cuentero, que engañaba a los visitantes con historias que nada tenían de ciertas y que sólo relataba a cambio de algunas monedas. Para los tíos resultaba un vecino más; le comentaron que éramos sus familiares, que veníamos de lejos y que queríamos sacarnos una foto con él, a lo que accedió de inmediato con una diminuta sonrisa.
La imagen que logró Néstor fue en pleno recorrido de la feria: Fer, Graciela, Coquito en el centro y yo. Me acuerdo que era una tarde con nubes pero agradable; el lugar olía a sahumerio en algunos sectores, a miel en otros y a porro en gran parte. Luego compramos artesanías típicas para la familia, que nos esperaba tres días más tarde en Buenos Aires, ansiosa por las anécdotas del sur y por la foto de Coquito, que prometimos obtener. Un dulce recuerdo, que guardo con más sentimentalismo desde que Ayelén me contó que Coquito desapareció hace unos años, no se sabe cómo ni la fecha exacta; sólo encontraron su elemento de apoyo tirado cerca de la cumbre del Piltriquitron.
9 comentarios:
Hermoso paseoo y muy lindo relato
y me gustaria ver esa foto
y me gustaria ver esa foto
Que asco mezclar naturaleza y vida con porro. Quédense en sus lugares no vengan a contaminar la patagonia
Que asco mezclar naturaleza y vida con porro. Quédense en sus lugares no vengan a contaminar la patagonia
creo que nadie cuenta la historia verdadera de coquito. solo se quedan con el personaje y la leyenda. segun historiadores del lugar coquito fue dueño de una gran fortuna, sus familiares lo traicionaron y lo despojaron de su fortuna. coquito quedo en las calles de el bolson y para subsistir, en aquellos tiempo, lustraba zapatos.. hasta que un dia la gente dejo de lustrar sus zapatos.pero coquito ya era un personaje emblematico del pueblo. fue asi como un reconocido psiquiatra del pueblo le dio ascilo en una pequeña casita que tenia junto a su cabaña. este hombre viajo mucho con coquito, llevandolo a distintas ciudades presentandólo como el personaje que el mismo coquito decidio ser. un dia, regresaban de bariloche y a mitad de camino el auto del psiquiatra derrapo y coquito salio despedido. lo que provoco su muerte. triste pero cierta.
no hay peor contaminacion que una mente tan reprimida y acusadora. seguro ustd es uno de los tantos habitantes de este planeta que contamina con el combustible de su 4x4, las bolsas que su mujer trae del super, los papelitos de chicles y caramelos que sus hijos deben tirar en la plaza, etc, etc, etc.. eso es contaminacion y no un simple cigarrillo de marihuana (la cual es un producto natural que crece en la tierra) y no le hace daño a nadie mas que el que la consume.
No sé de qué porro hablás! será el que te fumaste vos cuando agregaste dos veces EL MISMO Y BOLUDO COMENTARIO??
Si tal cual lo contas lo estafaron su hermana y su marido militar pero nunca dieron sus nombres tendrían que decirlos así les da vergüenza de por vida
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