viernes, 31 de octubre de 2008

Pasión de multitudes

Mediodía de un domingo no tan frío para mi suerte. Camino mientras pienso que mucha gente quisiera presenciar al menos un clásico Boca-River. Fue reconocido a nivel mundial como uno de los 50 espectáculos que no pueden dejar de verse. Todos hablan de lo que significa, del antes y del después. El Superclásico es único y es nuestro.
Boca-River, y no digo River-Boca porque, a entender de mi corazón xeneize, en La Ribera es donde mejor se vive el partido entre los dos clubes más importantes del país. Es una exhibición digna de ser vivida, al igual que el ambiente previo en la esquina más pintoresca de todas: Del Valle Iberlucea y Brandsen, enfrente a la imponente Bombonera. Es un lugar puntual, estratégico, utilizado como escenario de encuentro; espera; discusión; enfrentamientos y festejos, entre otras cosas.
En uno de sus ángulos hay un kiosco, un lugar chico, que es generalmente atendido desde su ventana central; el resto es vidrio tapado por afiches de gaseosas, pósters boquenses y folletos barriales. Armando, un cincuentón hincha de Boca, compra un paquete de Marlboro Box, chicles Beldent y muestra a la cámara de TyC Sports la camiseta de Riquelme que tiene puesta: "Nos dio mucho más que Maradona", sentencia, en honor a los recuerdos. La dueña del comercio, rubia y con unos kilos de más si se los compara con su estatura, se acerca hasta la puerta del local pero no se anima a plantarse frente a los medios: "La gente quiere escuchar a los fanáticos, yo soy simpatizante". No hay caso. Muy amable ella, pero al cronista le resulta imposible convencerla.
La otra arista es una parte de la cancha. Si uno se detiene en diagonal a ésta, puede observar las vallas de contención que la rodean y por detrás la gente en hilera para ingresar a la tribuna número 6. Esta plataforma es llamada “careta” por algunos concurrentes de la rebelde tribuna 12, porque es la popular más serena, visitada por hinchas más relajados. Faltan más de dos horas para el comienzo del clásico y ya se entremezclan los cánticos entre hinchadas. Este sector también permite el ingreso de simpatizantes de River, que se alistan excitados, sin respetar la irregular fila que habían formado e ingresan en grupos de 20 personas, ante la atenta mirada de los policías de turno. En la parte superior de esta esquina se hicieron hace poco tiempo dos enormes murales con obras de Pérez Celis, que unen el sector de las populares con los palcos.
Y entretanto el Cuerpo de Policía Montada hace galopar los caballos por la cuadra. Los fibrosos animales se adueñan de la vereda; la gente de la cuadra se mete en sus casas: "¡Ay, qué brutos...!", se queja una mujer, hasta que en la casa de al lado, en Iberlucea 864, una adolescente de anteojos y pelo rojizo, arriesga una definición inesperada: "Vamos, vamos, vamos River Plate, vamos...", corea, junto con los muchachos que están a pasos del acceso para visitantes. Su madre, su padre y sus hermanitos quieren callarla, le dicen: "Lala, estás loca, metéte adentro", y la arrastran hacia un patio interno del conventillo desbordado, al igual que la mayoría, de colores intensos y débiles balcones. Algunos vecinos no entienden esa brusca rebelión, otros parecen deducirla. Quizás se trate de una reprimida hincha de River que tiene la desgracia de hallarse a veinte metros de la casa del eterno rival, y esa sea la única forma de desahogarse.
Ese encuentro de calles también es un lugar escogido por los periodistas de televisión. Según ellos es el mejor sector para divisar cualquier detalle relacionado con el encuentro, porque tiene una vista directa hacia la tribuna 12; pueden visualizar muy bien la entrada principal del estadio; la de los palcos, y la de los contrarios.
Una familia camina apurada en dirección a los plateas y se detiene ante la cámara de Crónica TV: "Se nos hizo tarde porque a los chicos les cuesta arrancar los domingos, pero para los clásicos no faltamos nunca", dice el jefe de la familia. Y el hijo menor lo torea: "Hoy me parece que el que tardó fuiste vos, que no te decidías con qué auto venir". En paralelo a las charlas futboleras, turistas de todos los continentes disfrutan de espectáculos de tango de la zona y recorren los distintos puestos de venta vestidos de azul y oro. Sobre la calle Brandsen, frente al estadio, hay un negocio de esas características y Jorge Godoy, su dueño, ofrece todo para el fanático; ceniceros, llaveros, camisetas, agendas. Un auténtico polirrubro del Todo por 2 pesitos. Con los brazos abiertos, saluda e invita a pasar a los viajeros. De pronto, se dirige a un vecino: "Chau, gallina. Te conviene dar la vuelta manzana. Porque la otra vuelta la damos nosotros". Se lo ve feliz, aunque aclara que no vendió mucho, pero que presenciar un nuevo clásico es algo que agradece a Dios.
Sobre el tercer ángulo hay un bar, esos típicos de barrio porteño, de aspecto turbio, con gente -en general hombres- jugando a las cartas y siguiendo las carreras del hipódromo por televisión. Gente mayor, ilustres de la zona, dueños de innumerables anécdotas del xeneize, que ahora eligen ver el partido desde allí, disfrutando los gritos, los silbidos, el aliento y cualquier otro eco que llegue desde la Bombonera.
La cuarta esquina es distinta a todas. Es una casa, con las paredes pintadas de verde esperanza. Con una pequeña ventana blanca, oxidada, ubicada justo en el rincón. La miro e intento imaginar la vista que tiene el dueño de la propiedad desde allí. Un espectacular paisaje, formado por alguna de las pinturas de Quinquela, las estrellas del club con sus más trascendentales jugadores a uno de los costados y quizás alguna parte de los murales. Faltan 30 minutos para que comience el juego y, por los comentarios que llegan a mis oídos, ya están las dos tribunas casi llenas, a punto de declarase la guerra. Del lado de Aristóbulo del Valle, los hinchas de Boca; del lado de Brandsen, los de River. Agresividad de frases que sin embargo, como en un juego de precisas reglas caballerescas, no se superponen. Cada grupo espera a que el adversario termine la suya antes de entonar la propia. Mientras, la calle registra un desfile entrelazado de grupos que corren de un lado para otro, rogando llegar a tiempo para vivir el verdadero clásico argento. Yo también me voy aproximando, quedé con mi vecina Norma y mis primos Ariel y Ana que los vería en la tribuna 6, cerca de los baños. Siento ansiedad, alegría y mi corazón late fuerte, porque una vez más me propongo ser testigo de esta experiencia única. Y lo logro. Paso las vallas, cruzo las aparatos de control, subo los primeros escalones. Ya se viene, lo percibo. Hay olor a Superclásico, acá, en la República de La Boca.

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