Siempre tuve ganas de escribir estas líneas. Es más, cada vez que viajo en colectivo ó camino por estas calles me viene la ansiedad de contar lo que me pasa. Así que hoy, que traigo conmigo un moderno anotador y una buena lapicera –ésta última regalo familiar de mi consagración universitaria-, inicio mi reseña... ¿Sobre qué? Sobre mi lugar en el mundo –frase hecha que, como el resto de ellas, un profesor me prohibió utilizar en vida-.
El Palomar, oeste del Gran Buenos Aires, es mi cosmos. Hace 30 años que ando por esta ciudad y, hasta el día de hoy, se las ingenia para seguir sorprendiéndome y enamorándome cada vez más.
No es un espacio común, claro; guarda demasiada historia para resultar una simple localidad. Por las cosas y personas que la convirtieron en lo que es, Palomar –porque la nombramos así, a secas- resulta diferente.
Palomar es de este lado de la vía... y los palomarenses de alma entenderán a qué me refiero. Nuestra urbe se divide por las vías del ex ferrocarril San Martín. A uno de esos lados se lo conoce con el nombre de Ciudad Jardín-Lomas de El Palomar. Este sector está compuesto, entre muchas otras cosas, por un centro comercial importante, el Colegio Militar de la Nación, pintorescos boulevards, dos lindas plazas –la principal, conocida como del avión-, un pequeño shopping, casas coquetas y prolijas y muchos –pero muchos- descendientes de alemanes.
Pero yo soy del otro lado...yo soy de Palomar ¡Ojo! No busco dar comienzo a una guerra al decir esto, sólo quiero aclarar que lo que van a leer tiene que ver sólo con este lado, mi lado. Nada tengo en contra de Ciudad Jardín, incluso mis años de secundaria transcurrieron en el famoso Rivadavia, un colegio estatal de esa parte.
Este texto intentará refrescar un poco aquello que nos hizo propio este lugar. Todo no se podrá; quedarán plazas, bares, negocios, gente y cuentos sin contar. Pero seguramente este relato será una buena excusa para la nostalgia.
ESCENARIOS CLANDESTINOS
Hubieron varios lugares de parada –la mayoría ya no existe como tal- en los alrededores de la estación de tren. Algunos, básicamente, ofrecían mucho alcohol - más bien del barato- y alguna que otra cosita para engañar al estómago. Otros, por el contrario, eran boliches de los más concurridos de zona oeste.
Aquí, una breve descripción:
Heladería "Las Flores" ó –y más conocida como- La Chapita: tradicional escenario que ya no está. Conservo una foto de su triste demolición, que no trajo ninguna obra nueva hasta el momento. Nada tenía de heladería, ni su fachada, mucho menos su ambiente… ¡ni helados tenía!
Se volvió –ó lo volvieron, mejor dicho- un bar turbio, bien de estación. Recuerdo que el último color de su frente fue verde, un verde feo. Colectiveros, taxistas, bohemios barriales, comerciantes, adolescentes buscando crecer de golpe, y algún que otro transeúnte hambriento, hacían de este sitio una taberna muy visitada. Pero de noche era otra cosa; más oscuro que nunca y con mucha menos clientela, lo visitaban –además de aquellos que podían pasar días enteros ahí- algunos músicos de la zona que se entonaban antes de tocar en el pub de turno.
"Casino" y "Tempo": dos lugares –legendarios y con muchísimas historias detrás- que aún están abiertos y siguen agregando un poco de diversión nocturna a las calles principales. En el primero –un subsuelo a pocos metros de la estación de tren- se escucha salsa y rock y sus concurrentes tienen, en promedio, 45 años. También lo visita algún que otro pendex, embobado con alguna veterana pulposa y apretada.
La otra discoteca es una símil bailanta. Cerca del cruce de vías y en un primer piso, Tempo es un sitio para cincuentones y más, que buscan parrandearse mucho –mucho- y concretar el levante lo más rápido posible. Cumbia bien alta, mucho alcohol –como mínimo- ¡y a bailar hasta que dé el cuerpo!
Una vez –hace más de 10 años- fuimos con un grupo de amigas...¡qué horror! Siempre lo recordamos como el verdadero infierno.
Para los adolescentes, los reconocidos boliches "Joan’s Disco" –que más tarde fue Max y más tarde nada...ah sí, ahora hay okupas- y Mirage –que más tarde se llamó Macarena, y ahora es el gimnasio más grande de la zona-.
Discotecas de barrio que le dicen para el que quería seguir conectado con todos los que, horas atrás, había cruzado en el almacén ó en el kiosco de Alicia -como en mi caso-. Yo fui una de esas personas ¿Qué loco, no? ¡Cambiarse –ni siquiera producirse- para ver a la misma gente! Pero creo que igual era divertido. Estábamos más atentos al chisme que a conocer a alguien que, con suerte, no fuera de Palomar. No ir a alguna de estas discos era como perderse la novela preferida ó algo así.
"Pancho López": legendario bowling-pool frente a la iglesia Ntra. Señora de Loreto. Un local grande, profundo y el más oscuro de todos. Allí sólo se trataba de ser habitué. No existía, creo, buen recibimiento para aquellos que pisaban por primera vez ese lugar, y muchos menos para quienes no olían a alcohol. Estos asiduos concurrentes formaban equipos para competir en ambas disciplinas. Un verdadero show que terminaba, muy comúnmente, en la seccional de policía más cercana.
EL MATE MAS FAMOSO
La curva del mate. En la intersección de la avenida Marconi y Ferrari. Se la conoce con ese nombre porque hace muchísimos años se podía ver en la altura de una de sus esquinas una inmensa publicidad de yerba mate "Néctar". Consistía en una mano de cemento que sostenía un mate, todo de un tamaño enorme. La extremidad se fue deteriorando, pero el mate quedó y fue trasladado a la vereda de enfrente, justo donde tienen parada los colectivos 53 y 123, el primero con destino final en la colorida La Boca, y el segundo cuyo desenlace es la eterna Chacarita.
Recuerdo que durante varios años de mi niñez/adolescencia fui acérrima paseante y clienta de la zona. El primer videoclub, el supermercadito de precios más baratos, la estación de servicio, la perfumería más completa y los bondis que te llevaban a la capital. Variedad de rubros que me hizo conocer a muchísima gente de esta legendaria curva.
EL PERSONAJE
Uf! Palomar es cuna de personajes. Lindos y feos, simpáticos y amargados, coherentes y revirados. Pero el personaje más colorido, más llamativo, más nuestro es, sin dudas, Ticky.
Ticky ó Adolfo, como gusta que lo llamen, es un hombre mayor con algunos problemas psicológicos. Es común verlo por el centro de Palomar, donde reparte panfletos y hace changas; por suerte muchos comerciantes lo ayudan a subsistir. También acompaña a bandas de rock barriales y de las otras.
De chico acompañaba a la mamá en su tarea de botellera. En el año ’89 su vida corrió riesgo cuando recibió una fuerte paliza mientras se divertía en un efímero boliche de la zona llamado Bombay. Por esa época se paseaba por las calles con un bajo al que le faltaban, por los menos, dos cuerdas. Pese a esto, él intentaba subirse para tocarlo en cualquier escenario circunstancial.
Y SE HIZO MUSICA
Debo reconocer que hay algo que me incitó a volcar todo lo que tengo dentro mío hace tiempo.
Sí, algo que me dijo, indirectamente, que tenía que escribir esto. Ese algo se llama "Sumo por Pettinato": el último libro del excéntrico periodista de rock, músico, devenido en conductor de radio y tv ¡Qué libro! Es increíble enterarse de cosas que sucedieron a metros de mi hogar, cuando yo no tenía idea de lo que significaba la vida. Hoy disfruto transitar por las mismas baldosas que tiempo atrás pisó gente cuyo arte resultará eterno.
Decía que esta publicación me embaló y me hizo sentir más orgullosa que nunca del barrio que me dio todo. Todo, incluso el amor de mi vida.
“Fía la chapita porrón en Palomar…” , “Volviendo de Haedo, Rosales y Gûemes mojó…”, etc., etc., etc. Son sólo algunos de los homenajes que músicos vecinos hicieron a esta metrópoli desbordante de música.
Ricardo y Omar Mollo, Walter y Javier Malosetti, Ricardo Pellican, entre otros, forman parte de una exquisita lista de artistas de El Palomar, ante los cuales no hay más que ponerse de pie.
Nuestro Palomar huele a rock. Además de aquellas bandas que alcanzaron el reconocimiento masivo, hay otras excelentes que recorren el oeste –y más- mostrando lo que saben hacer, sin apuro, sin aires de nada. Tan sólo con sus guitarras y bombos a cuestas.
Me infla el pecho saber que mi lugar, el que me vio nacer y el que elegí para el resto de mis días, sea tan rockero. En el aire de Palomar hay música y todos sus habitantes, en mayor ó menor medida, la respiran.
Y todo huele a rock. La estación, los bares, la gloriosa esquina de Nelson Page y Madariaga. Ésta fue espacio de ensayo de los Sumo allá por los '80; hoy es escenario de muestras de arte y fiestas privadas. Su dueño actual, un viejo conocido mío, la compró hace ya algunos años. Todavía no pude confesarle que comprar esa casona sería, tanto para mi como para mi marido -que vivió más de cerca toda esta vorágine musical- un sueño cumplido.
Es una arista muy atractiva, con grandes faroles, interminables ventanales angostos y un frente de ladrillos viejos, que guardan vaya a saber cuántos secretos -que siempre serán eso-. El sótano de la propiedad, ese inmaculado sitio donde Pettinato, Mollo, Daffunchio y Prodan –sí, el benemérito Luca- y sociedad, creaban, se divertían y se peleaban, sigue existiendo casi sin cambios en su estructura.
¡Cuánta historia! Agradezco a su envidiado propietario por haber dado la posibilidad a muchísima gente de conocer ese universo tantas veces imaginado.
Numerosas veces pienso que, en algún momento, tuve que haberme cruzado con alguno de los que hoy venero. Cuando yo no superaba los diez años, ellos ya deambulaban por la zona, sumergidos en su océano sonoro. Pero tal vez algún día hayamos compartido una espera de tren ó colectivo, una compra en el mercadito, ó tal vez pude haberlos observado –¿chusma yo?- en alguna de las dos y únicas galerías del pequeño centro comercial. Se sabe que tanto Mollo como Prodan frecuentaban los locales de música de esos pasajes. Uno de éstos quedó en mi mente; estaba dentro de la galería "Palomar", pero no recuerdo su nombre –si es que lo tenía-. Sí estoy segura de su vidriera pocas veces limpia y de los discos desparramados sobre una tarima de madera. Su vendedora, una mujer de pelo largo y con rulos, estaba parada casi todo el tiempo en la puerta, esperando quizás a ese cliente que en unos días más decidiría husmear un poco de la poca, pero buena música que ofrecía.
No me quiero olvidar de otra –y a mi gusto la mejor- disquería: "Vía 33". Su moderna –para ese entonces- y simpática dueña era Cristina, una morocha corpulenta que sabía mucho de lo que hablaba. Cris –para sus amigos ó más fieles compradores- siempre conseguía lo que su clientela pretendía; discos que aún no habían llegado al país, recitales en vivo inéditos, entrevistas de radio ¡y todo eso sin internet!
En su desbordado negocio adquirí mis primeros cassettes de rock –Aerosmith, Whitesnake y Bon Jovi- y además mandé a armar varios compilados de bandas nacionales, que Cristina solía preparar, a sabiendas del gusto de cada cliente. Aún conservo esos TDK de 90 ¿se acuerdan?
ANECDOTA DE AÑO NUEVO
1° de enero de 1995. Dos de la mañana y todo el barrio festeja un nuevo año. Cohetes que ensordecen; brindis entre vecinos en plena calle; chiquitos que encienden bengalas a escondidas de sus padres; grupos de amigos que ya parten para seguir brindando por algún otro lado. Todo parece normal; pero no lo es.
En la esquina de Cabo Morando y Bianco, a cortas seis cuadras de mi casa, se estaba armando algo que nadie esperaba ó tal vez sí, pero muy interiormente. Ahí mismo viven los padres de Ricardo y Omar Mollo. El mismo lugar donde vivieron ellos durante muchos años. Ricardo, ex Sumo y actual líder de Divididos; Omar, excelente cantante de tango y rock y líder de MAM.
Por casualidad soy testigo. Comienzan a verse instrumentos sobre las veredas y varios hombres enchufando cables ¡Ricardo y Omar nos están regalando un recital! A sus vecinos, a su gente. Es algo muy loco, espontáneo. Si bien existía el rumor al notar mucho movimiento en la casa de los Mollo –cosa que generalmente no ocurre-, nadie imaginaba ser partícipe de un momento único e irrepetible.
Justo en la esquina de enfrente, empiezan a tocar con dos músicos desconocidos por el público presente -un joven baterista y una mujer en el bajo-. Hacen tangos con el mayor de los hermanos en voz; después toma la posta Ricardo y hace una versión de Dame un limón, utilizando un vaso de aluminio como púa. Un viejo conocido y el mejor baterista de la zona, Gustavo González, es invitado al barrial escenario y demuestra en sólo dos temas su talento; Omar lo aplaude primero y pide a los espectadores que hagan lo mismo. “Muy bien pibe, muy bien”, agrega notablemente sorprendido. Podrán imaginarse la alegría de González, que comenzó el año haciendo lo que más le gusta hacer... ¡y encima con los Mollo!
Un concierto casero, íntimo, que solamente quienes tienen presente sus orígenes y se sienten orgullosos de éstos, pueden ofrecerlo.
Me hizo feliz escribir esto, porque sé que muchos comparten mi amor, mi adoración por este sitio, por su esencia. Esa esencia que sólo se explica viviéndola, disfrutándola y extrañándola cuando se está lejos.
Supongo que cada uno tendrá qué contar sobre su lugar de origen; anécdotas, historias, amores y odios. Mi rincón tiene ese no sé qué y será importante rememorarlo cada vez que nuestra mente y corazón lo pidan.
Por eso aplaudo a mis queridos viejos, que de pura eventualidad llegaron hasta este nido de notas musicales y me enseñaron a quererlo y a descubrirlo, principalmente. Acá, de este lado de la vía.
12 comentarios:
Al fin!! Genia. Luego te paso unos recuerdos que tengo de mis 24 años en Palomar... Quiero más!!
Dále, todo lo que tengas me va a venir bien!! Ad honorem, no? ja!
muy bueno tu relato!! q bueno hubiera sido estar ese enero del 95 en esa esquina!!
yo vivia en nelson page 330 , de chico se escuchaba musica del sotano de la esquina, nunca imagine que era sumo !!!
me emociona
Cuantas historias lindas, cuantos recuerdos !!! acá dejo el link de JOAN'S DISCO en YOU TUBE !!! https://www.youtube.com/channel/UC_ecwd1JfmmYs_n_GTJo5pQ SALUDOS.
https://www.youtube.com/watch?v=5CcNXX5la4I
¡Bien Karina! ¡Ese es el sentimiento palomarense! Y la curva del mate es nuestro ícono de identidad.
Hola, muuuy buena reseña, hace aproximadamente 6 meses estoy trabajando en Ciudad Jardin (del otro lado de la via), y hoy por primera vez pise la gloriosa Estación Palomar, acompañado del tarareo de "Que ves", mire por todos lados buscando vestigios de "La Chapita", luego me entere que nada hay, solo el recuerdo, gracias por hacerme saber de tu historia...Maxi Romero.-
Recuerdo que yo llevaba a mí hermano menor al colegio de enfrente en donde ensayaba zumo dejaba a mí hermano y me cruzaba a escuchar con otros seguidores de la banda las charlas y risas de los músicos y petinato gritando ehhh salgan de ahí pendejos jajajajaj cuantos recuerdos lindos de mí palomar.. gracias x compartirlo.
Grande Kari sos majica flaca jejeje si habré recorrido y estado en todos esos lugares, jajajja creo q no m faltó ninguno, y más la esquina de sumo yo hice la primaria justo ahí jajajaja y la esquina de los Mollo olvídate q le dije a Gustavo ese día "dale boludo anda a tocar" q lindos recuerdos viva PALOMARRRRRRRR....
Aaaa y con tu mariditooo jajajaja salu Fer hermano nooooo ...
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