martes, 17 de agosto de 2010

Día Negro

Recuerdo el día de tu muerte. Era sábado y yo estaba en el almacén, a la vuelta de casa. Era una mañana calurosa. Había ido -obligada por mi mamá- a comprar una Coca y una Gini; bebidas permitidas sólo durante nuestros fines de semana. Época difícil la llamaban...
Decía que estaba en aquel negocio cuando me enteré de tu partida. Mientras las vecinas hablaban casi sin respiro, yo escuchaba atentamente el programa de la radio local. Medio que más tarde resultó una herramienta muy valiosa de comunicación para mi, cuando a los 16 años empecé a frecuentar un programa católico que conducía un buen amigo de papá.

Lo primero que escuché claramente fue tu nombre, y después lo demás...
Recuerdo que mi cuerpo se aflojó un poco y que Roberto, el dueño del comercio, hizo un gesto como queriendo callar a los demás. Ninguna de las mujeres notó el pedido. Entonces el hombre caminó rápido hacia su mini Philips -un aparato chico, percudido y de color gris oscuro- y subió furiosamente el volumen. Ese movimiento sí fue divisado por las presentes y tras eso, el silencio fue total. Todos se miraron casi sin pestañar a medida que iban interpretando la noticia. Algunos llevaron su mano a la boca, demostrando sorpresa y angustia al mismo tiempo. Los primeros comentarios fueron de mal gusto, acusando de “mala junta” a la gente que te rodeaba. Pero eso sólo duró unos minutos. Después la tristeza fue sellando cada uno de los rostros.
Mi cuerpo estaba ausente, mudo, sin reacción. Compré las bebidas y fui corriendo a casa. Al abrir la puerta, mi mamá me miró y nos pusimos a llorar...
Eras muy querido. Siempre hablábamos de vos en algún momento del día. Formabas parte de la cotidianeidad de nuestra familia. Eras provocador de la mayoría de nuestras risas, cuando estabas y cuando no.
Más tarde llegó papá de un partido de fútbol, ya enterado. Parecía no estar tan apenado hasta que lloró, espaciada pero sentidamente. Cerraba sus ojos intentando frenar las lágrimas, pero le resultó imposible. Fue cuando se acercó a una foto tuya que mi hermano tiene, aún hoy, en su desordenada habitación.

El tiempo pasó y, gracias a muchos y especialmente a vos, pudimos tenerte presente de diferentes maneras. No te merecías morir, no por lo menos hasta viejo; hasta haber dado todo lo que tenías para dar. Porque la naturaleza y Dios te llenaron de virtudes y cosas buenas.
Todavía faltaba. Para nosotros no era tiempo de irte, pero fue. Tuvimos que ir acostumbrándonos a tu ausencia, sufriéndola y odiándola.

Ojalá en algún momento te hayas divertido con algo ó alguien tanto como nosotros con vos, con tu alegría, tu locura linda y tu personalidad inigualable.
Sé que nada te va a traer de vuelta. Pero hoy puedo agradecer haberte disfrutado y sido feliz cuando estabas. Todos seguimos adorándote y estoy segura que si pudiéramos darte nuevamente vida, pagaríamos y sudaríamos por eso.

Haríamos muchas cosas por verte otra vez, por borrar de la historia ese día oscuro. Por tenerte vivo. A vos Negro, a vos Flaco, a vos....Alberto Olmedo.

3 comentarios:

Ana Barbieri dijo...

Lágrimas.... Me encantó.

Adela Procopio dijo...

Que lindo, me gustó mucho!!! Chacali!!!!!!

Karina Procopio dijo...

Gracias!!!